lunes, 18 de febrero de 2013

La huelga de Iberia no ha hecho más que empezar


Despedir a casi 4000 trabajadores, no es una situación baladí. Más tras haber cancelado la huelga de hace unos meses para no afectar los vuelos en Navidad. Ni ese gesto, ni aceptar flexibilidad horaria, ni tolerar una reducción salarial, ni siquiera proponer la congelación de sueldos. A Iberia, quiero decir “Briteria”, no le vale. La sombra de la British Airways es muy alargada. Tuve la oportunidad de cubrir para Canarias Radio La Autonómica el primer día de huelga desde el Aeropuerto de Gran Canaria. Eso unido a mi experiencia de más de ocho años como trabajador del Aeropuerto y haber sufrido un ERE hace escasos meses, creo que me legitima para aportar algunas reflexiones. 

La huelga de Iberia cumple el 100% de los servicios mínimos para los vuelos con origen y destino en Canarias. A esto se suma el 50% de los internacionales porque somos un lugar con mucha afluencia turística. La compañía sí es verdad que canceló algunos vuelos, pero hoy en el Aeropuerto de Gran Canaria están previstas 269 operaciones para todo el día. Y les puedo asegurar que tal cantidad de movimientos no hacen demérito con los de un lunes normal. Sumamos a esto, que Iberia, en palabras del Delegado Sindical de USO Pedro Ríos, puso mucho más personal del necesario para cubrir este trabajo. Al lado de los trabajadores, muchos de ellos con contratos eventuales y bajo amenaza de no volverlos a llamar, un grupo de agentes de la Guardia Civil fija su mirada en ellos. Pero Ríos aporta dos datos más: las presiones de los Jefes de Servicio y la propuesta, casi obligación de realizar horas perentorias. Una hora perentoria es como una hora extra, pero se puede elegir a pagar o a recuperar en libranza. Cada hora es compensada con una hora y cuarenta y cinco minutos, en caso de disfrutarla con tiempo. En caso de cobro son más baratas para la empresa que una extra, si tiene la “bondad” de pagarla. Pero la diferencia más importante es que son obligatorias por circunstancias de producción. Sin embargo no parece tener mucho sentido su disposición un día de huelga, cuando además la empresa asegura que sobran trabajadores. 

A esta situación de obligación se une el endémico problema del desprecio al derecho a huelga. Es cómico, a la par que patético, imaginar a un empleado de Bankia quejándose de la huelga de Iberia. Al siguiente día por la mañana, un empleado de Iberia se queja en una sucursal del banco sobre el paro de sus trabajadores. El capitalismo funciona así; el derecho más importante es el de consumir, el de ser cliente, no el de ser trabajador. Aquello de “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, parece no tener predicamento. Algunos medios de comunicación se centran en las pérdidas que deja la huelga, en los retrasos, en las colas o en los prejuicios al sector turístico. Pero un grupo de trabajadores está al borde del despido, con una macabra cuenta atrás que se le ha venido en llamar Expediente de Regulación de Empleo. Algunos sindicalistas y trabajadores de Iberia me contaban que ahora ellos son los malos, pero están dispuestos a llegar al tipo de movilización que sea para conservar sus puestos de trabajo.
Dentro de esas cifras sobre pérdidas económicas que puede generar la huelga, se habla de una previsión de casi 100 millones de pérdidas. Pero nadie o casi nadie habla de que con un Gobierno tan folclóricamente nacionalista, no se protege a una empresa española, cuando a otras como Repsol las idolatra. No voy a ser yo quien defienda este tipo de empresas por dos razones: primero porque no me tira defender la “roja” y sus productos nacionales y segundo porque Iberia dejó de ser un problema cuando se privatizó, por lo que la defensa no iría hacia lo público, sino hacia lo privado. Y los ricos por mucho que cacareen y se den golpes en el pecho, han demostrado que no tienen más patria que el dinero. Pese a todas estas apreciaciones, lo cierto es que antes de la fusión-absorción de British Airways e Iberia, la británica tenía pérdidas y la española ganancias. Dos años después es al revés y el proceso de desaparición de Iberia parece imparable. Mucho Cid Campeador en el Ejecutivo, pero nadie discute la lógica del sistema económico.

En conclusión, ni presiones, ni descrédito de la huelga, ni proceso de desaparición de Iberia, parecen importantes cuando un grupo de trabajadores están al borde de la picota. La lógica económica dice que caer en el pozo del desempleo es entrar en un terreno muy angosto y difícil. La misma lógica nos ha convertido incrédulos ante los llantos de los empresarios de grandes corporaciones cuando hablan de pérdidas. Y esta misma dinámica nos ha enseñado que si unos pueden cobrar sobres, nacionalizar los “activos tóxicos” de los bancos y decretar el despido más barato, los afectados están legitimados para usar toda la presión posible para conservar su nómina mensual, su estabilidad económica y su propia supervivencia. Porque esto ya no se lo cree nadie y los trabajadores de Iberia se han cansado de las promesas de supuesta buena voluntad.

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